El tiempo, a veces a nuestro favor, otras en nuestra contra. Pero siempre está ahí, sin parar, por nada, por nadie...
A veces pasa muy rápido, otras demasiado despacio, y en algún momento aislado, deseamos que se detenga, y no pase.
Sería increíble poder detenerse en un instante y poder vivirlo siempre que quisiéramos. Detenernos en el tiempo y espacio, poder recrearnos en ese sentimiento, esa ilusión, esa caricia, esa sonrisa, esa mirada, esa complicidad, ese apretón de manos, ese abrazo... Con tu madre, tu padre, tus hermanos, con ella o él, con tus amigos, con tu familia, o con niños, sobretodo con niños. Aunque cuando más tenemos esa sensación es cuando estamos acompañados por esa persona que te hace sentir lo que otros no pueden, te hace sentir especial, único, intocable, te hace flotar sin despegar los pies del suelo...
Y yo hace poco lo hice, despegué los pies un poco del suelo, e incluso quise parar el tiempo. Empecemos por el principio, en los últimos días del mes de marzo hubo una grata sorpresa, y encontré un oasis surcando el árido desierto... entonces llegó abril, y vino cargado de agua, llenándolo todo de un color verde increíble, jamás había visto un verde de ese tono. Sentí que algo conocido, familiar, se metía dentro de lo desconocido y viví un mes precioso. Pero al llegar mayo, con sus idas y venidas, hubo que despertar, tocaba apoyar los pies en el suelo después de haber estado varios metros sobre el globo terráqueo que da luz en mi habitación. Y así ha sido.
Con paso firme, cargado con mi mochila, mi gorro y mis gafas de sol [que siempre que mire un bombón tendré que recordar...], volví al desierto. Con la intención de no volver a encontrar más oasis que me hagan bajar la guardia, pero sí con la esperanza de que a la vuelta de la esquina, me de un vuelco la vida.
Se pueden guardar los momentos en la memoria, pero no parar el tiempo. Ahí habitan los recuerdos, que es al fin y al cabo de lo que vivimos. O al menos, yo vivo de ellos. Porque a mí nadie nunca me enseñó a olvidar, y por éso, yo recuerdo, y recuerdo, y recuerdo... La nostalgia a veces es tan dulce, y otras tan amarga...
Yo me quedo con los momentos dulces, los recuerdos azules, los rojos, los amarillos, los que tienen sabor a sal, todos esos buenos momentos los guardo a buen recaudo, cerquita, muy cerquita, donde se mantienen calentitos y el tiempo no pasa por ellos.
Y es que... para todo en esta vida necesitamos tiempo, para nosotros, para los demás, para regalar, para vivir, para salir del desierto [si se quiere salir, que no siempre pasa], para ahogarte, para curarte, para volar, para encontrar tu sitio, siempre el tiempo...
Y siempre esas ganas de que pase despacito... hasta cuando duele, que pase despacito y que sea capaz de saborear todo, lo bueno y lo malo. Pero que no se me escape la vida, como hace tiempo. No quiero dejarme llevar, quiero que el caos reine, dentro de mi orden. Pero siempre sabiendo hacia donde voy, o donde me quedo, o incluso sabiendo si me quiero perder. Pero no más dejarse llevar por el transcurrir de los días, por la rutina, por conversaciones repetidas, por el desinterés, por besos vacíos...
Yo me llevo hacia donde quiera. Con el tiempo a mi favor o en mi contra, pero sabiendo siempre que está ahí. Manejándolo como sepa. No esperando que pase. Aprovechándolo al máximo. Tomando las riendas de mi vida.
"El tiempo siempre pone a cada uno en su lugar".
Pues espero que sea verdad, a ver si de una vez por todas, me entero donde está el mío...
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